martes, 12 de enero de 2021

A Propósito De Abakuá

En la anterior publicación hablamos del “llanto palero”, y mencionamos también al “llanto Abakuá” y a sus nkomos o tambores funerarios; por lo que hoy quiero ahondar en ésta; la más hermética e intimidante cultura religiosa afrocubana; llamada en ocasiones la masonería de los negros por las similitudes entre ambas fraternidades y su coincidencia en la historia cubana; como veremos más adelante.

 

La Abakuá es una sociedad secreta exclusiva para varones, de naturaleza religiosa y de ayuda mutua, que tiene sus orígenes en los cabildos carabalí en Cuba. Carabalí era el nombre dado en Cuba a los efik y los ekpe o ejagham (ekoi en Cuba) del sur de Camerún y Nigeria (Calabar), quienes en su tierra de origen se organizaban en sociedades secretas masculinas llamadas ngbe o ekpe (leopardo; fiera fundamental también en el Palo Monte).

 

El primer juego o potencia de la sociedad abakuá surgió en Cuba en la aldea de Regla en el año de 1836, y se difundió luego por La Habana, Matanzas y Cárdenas. Sus miembros llegaron a ser conocidos bajo el nombre de ñáñigos, un vocablo usado para designar los bailarines callejeros de la sociedad, también denominados diablitos o iremes, populares entre la gente del pueblo en Cuba, a raíz de su participación en el carnaval del Día de los Tres Reyes (6 de enero), cuando bailaban por las calles luciendo su atuendo ceremonial: un traje multicolor a cuadros, con un gorro cónico adornado con borlas.


Inicialmente, los abakuás sólo admitían negros como socios; sin embargo, a fines del siglo XIX las políticas de admisión de algunos juegos o potencias se liberalizaron permitiendo el ingreso de mulatos y blancos ( gracias al mítico brujo afrocubano Andres Petit; que también era un destacado masón; quién fundó la primera potencia Abakuá que aceptó a criollos blancos y mestizos en su “juego” ) . El objetivo de estas confraternidades era, y sigue siendo, la protección espiritual de sus afiliados y la ayuda económica; fruto de una cuota mensual destinada a auspiciar las actividades de la sociedad; pero también auxiliar o vengar a los hermanos que caen presos o son agredidos u ofendidos por miembros de otras potencias o por cualquier otro individuo o grupo enemigo.

 

El ejemplo más conocido de la beligerancia y valentía de los ñañigos a la hora de defender a sus hermanos, y que también ilustra la relación con las logias masónicas; auténticos hervideros de conspiraciones independentistas en las que abundaban los estudiantes e intelectuales contrarios a la corona; fue el intento de liberar a los 8 estudiantes de medicina fusilados el 27 de noviembre de 1871 por las autoridades coloniales, acusados de profanar la tumba de Gonzalo de Castañón; un periodista defensor del colonialismo español; en el que murieron heroicamente 5 hermanos Abakuá de uno de los estudiantes condenados; quien también era masón.

 

La sociedad posee una compleja organización jerarquizada, donde cada miembro u obonekue tiene funciones laicas y rituales específicas y detalladas. Los miembros se tratan unos a otros como hermanos y están vinculados por un juramento que los obliga a mantener en absoluto secreto lo relacionado con la sociedad y sus rituales herméticos. Cada juego tiene de 13 a 25 dignatarios o plazas, que gobiernan la sociedad y celebran los ritos, y un número ilimitado de iniciados. Las cuatro principales plazas son ocupadas por miembros que reciben los nombres de Iyamba, Mokongo, Isué y Isunekue. Estos nombres provienen del complejo mito de origen de la sociedad, un mito que juega un papel omnipresente en los rituales y en la organización jerárquica de los abakuás.

 

Anaforuana, las firmas Abakuá. Noten el
parecido con las Patipembas de Palo Monte.

Aparte de sus actividades como sociedad de ayuda mutua, los abakuás desempeñaban complejos rituales y ceremonias (plantes), bastante teatrales y dramáticos, en especial aquellos en que aludían a sus mitos de origen. Las ceremonias, tales como iniciaciones y ritos fúnebres, rituales para nombrar dignatarios, ceremonias para crear nuevos grupos, o la ceremonia anual para rendir homenaje a Ekué, bastante dramáticas, eran secretas y se llevaban a cabo en el cuarto sagrado del templo, conocido como el fambá, irongo o fambayín. Este cuarto era preparado para el ritual con signos místicos denominados anaforuana o firmas ( soy de la opinión de que las patipembas o firmas del palo monte se deben en parte al aporte, en los orígenes de la regla conga, de paleros que también eran Abakuá, y en parte a la influencia masónica, muy prolífica en su simbología ), dibujadas en el espacio ritual y en los objetos. Este sistema de escritura pictográfica también es usado por los abakuás para transmitir información.




Similitudes entre firmas Abakuá y símbolos masónicos.

 Como en otras reglas afrocubanas, la música es fundamental en las actividades rituales de los abakuás, quienes tienen dos tipos de conjuntos de tambores. Un conjunto sirve para las celebraciones públicas y el otro, un conjunto de tambores rituales simbólicos, se usa en las ceremonias esotéricas.

 

El primer tipo de conjunto está compuesto por cuatro tambores abiertos, ligeramente troncónicos, cada uno fabricado de un solo tronco de madera. Este conjunto se completa con otros instrumentos de percusión: dos sonajas llamadas erikundí, y una campana (ekón) hecha con dos triángulos de hierro a los que se les agrega una agarradera. Los tambores más grandes del conjunto a veces se elaboran de listones o duelas de barril o tonel. La piel (cabra) se monta a un aro que se mantiene en su lugar con una serie de cuerdas y cuñas (cuatro por lo regular) llamadas itón o bekumá. Estos tambores carecen de adornos o de pinturas decorativas. Como tambores sagrados son sometidos a una serie de ceremonias para consagrarlos y requieren un cuidado ritual especial. Son “alimentados” con sangre de los sacrificios y su piel debe ser marcada con los ideogramas abakuá (anaforuana).


Tambor Ekué a la izquierda, y a la derecha tambor Bonkó.

El tambor más grande de este conjunto (altura: 1m.; diámetro: 23 cm aprox.) es llamado el bonkó enchemiyá. Se coloca ligeramente inclinado en el piso sobre una piedra u objeto similar. Un tamborero (monibonkó) se sienta encima del cuerpo del tambor y lo toca con sus manos mientra otro (monitón) se acuclilla cerca a la parte baja del tambor y le golpea el cuerpo con dos palillos llamados itón. A veces el tambor se coloca derecho en el suelo y el tamborero toca de pie. Los otros tres tambores se conocen con el nombre genérico de enkomó o nkomos. Sus tamaños oscilan entre 9 y 10 pulgadas de altura y de 8 a 10 pulgadas de diámetro. A pesar de que no difieren considerablemente en tamaño se afinan para producir tres tipos de sonidos: el tambor más alto es el binkomé, el del medio es el kuchí yeremá, y el más bajo es llamado el obiapá o salidor. Se tocan sosteniendo el tambor debajo de un brazo, golpeándolo con el otro. La técnica de interpretación es similar a la que se usa para tocar el bongo, que involucra toques con los dedos, en vez de toques con toda la mano. Tradicionalmente la liturgia funeral ( llanto Abakuá ) se toca usando estos tres tambores, aunque algunos juegos usan el conjunto completo.

 

El conjunto de tambores “simbólicos” también comprende cuatro: el enkríkamo, el ekueñón, el empegó, y el eribó o seseribó, que a excepción del eribó son similares en morfología a los tambores descritos arriba. Además de estos existe otro tambor “simbólico”, el ekué, un tambor secreto que se mantiene oculto detrás de una cortina en el cuarto sagrado conocido como la famba. Los primeros cuatro tambores simbólicos difieren de aquellos del otro conjunto en la forma como están decorados: un penacho o plumero (varilla o caña vestida con muchas plumas), similar a los plumeros usados por los dignatarios a cargo de cada uno de estos tambores, se coloca al borde de los tambores, donde va la piel. Cada tambor tiene un plumero, mientras que el eribó tiene cuatro. Además de este adorno, los tambores simbólicos a veces se decoran con una “camisa” puesta cerca de la piel, hecha de jirones de una fibra llamada beléme o beléfe.



El empegó es el tambor usado por dignatarios que llevan el mismo nombre en invocaciones rituales especiales y para identificar como miembros de la sociedad a los participantes en un plante. Se conoce también como tambor de orden porque se usa para imponer la disciplina dentro del templo. Es el que abre y cierra todos los rituales. El ekueñón es el que usa el dignatario que “imparte justicia”. A este personaje se le asigna la tarea de los sacrificios rituales que deben ser presenciados por el tambor que lo personifica a él. El enkríkamo es el que se usa para convocar a los iremes o “diablitos”, que representan los espíritus de los fallecidos o entes sobrenaturales. El eribó está hecho de forma un tanto diferente de los otros tres tambores: la piel se pega o se cose a un aro hecho de un material flexible. Las ofertas inmolatorias se colocan sobre el tambor que representa al dignatario conocido como Isué (el “obispo”). Este tambor es sumamente reverenciado por los abakuás.

 

El tambor secreto, ekué, es uno de fricción, de una sola cabeza, de madera, con un sistema de tensión basado en cuñas. En la base tiene tres huecos que forman un pedestal con la forma de tres pequeñas piernas. Se toca al “frotar” un palillo sobre la piel del tambor. Siempre se mantiene escondido en el cuarto sagrado (fambá). El impresionante y casi sobrenatural sonido del ekué simboliza la voz mágica de Tanze, el pez que según el mito del origen de los abakuás, fue encontrado por una mujer llamada Sikán.

 

El mito del origen de los abakuás tiene numerosas versiones, algunas de ellas contradictorias entre sí, que giran alrededor de la forma cómo el dios Abisi envía una fuente de poder en la forma de un pez, Tanze, a dos tribus rivales conocidas en Cuba con los nombres de efor y efik. Es una mujer, Sikán, quien primero encuentra el pez en el río, y las diferentes versiones del mito explican las razones de su sacrificio y la exclusión de las mujeres de la sociedad. Algunos dicen que Sikán, que pertenecía a la tribu de los efor, reveló indiscretamente el secreto a los efik; según otros, ella traicionó su pueblo al casarse con un miembro de la tribu rival. En otras versiones del mito, Sikán, la dueña original del secreto, fue muerta por los varones para arrebatarle el poder, prohibiendo la participación de las mujeres en las ceremonias de tal forma que el poder nunca vuelva a sus manos.


De acuerdo con una de las versiones del mito dos tribus de Calabar, los efor y los efik, hostiles entre sí, vivían separados por un río sagrado, el Oddán, donde, según la tradición, Abisi (Dios) iba a entregar el Secreto a los elegidos (los efor). En este río los pescadores oyeron por primera vez la voz de trueno del sagrado (sonido que imita el ekué), una fuerza sobrenatural que de acuerdo con las profecías había asumido la forma de un pez y prometía honor, riqueza y prosperidad a la tribu que lograse su posesión.

 

Sikán, la hija de Mokuire o Mokongo, un prestigioso anciano de la tribu efor, fue al río a recoger agua, como acostumbraba hacerlo a diario. Poco después de haber puesto la calabaza llena de agua sobre su cabeza, oyó un estruendoso ruido fantasmal, que la llenó de miedo. Mokuire, luego de ser advertido que el pez estaba en manos de un mortal, siguió el camino al río y se encontró a su hija. La exhortó a mantener el secreto de lo que había experimentado, temiendo la reacción de Nasakó, el brujo de la tribu, quien le había dicho que el que descubriera el secreto debía morir.

 

Sin embargo, Mokuire llevó a Sikán a la cueva de Nasakó, quien tomó la calabaza con el pez y la escondió. Los miembros más importantes de la tribu fueron notificados, y gastaron muchos días consultando los oráculos, discutiendo, averiguando, tratando de decidir si Sikán había visto o no el pez sagrado, Tanze. Mientras tanto, Tanze se debilita y finalmente muere. Se fabrica un tambor, el ekué, con madera de palma, cubierto con la piel de Tanze, pero la voz sagrada se niega a hablar. Algo se debe hacer para recuperarla. Nasakó piensa que únicamente la sangre de Sikán, quien descubrió el Secreto, podría devolverle la vida. Sikán es sacrificada, pero el tambor permanece silente. Finalmente, Nasakó lleva a cabo una serie de ceremonias rituales que incluyen el sacrificio de un gallo y una cabra, y el fundamento o poder el tambor se afianza, su voz es recuperada.

 

Los efor, bajo presión de los rivales, los efik, acuerdan compartir el secreto con ellos, y así siete miembros de cada tribu, exceptuando Nasak, firman un acuerdo. De aquí viene la tradición de tener 13 plazas o puestos en la sociedad, los trece miembros que originalmente firmaron el pacto.

 


Desde el principio, la rivalidad entre los diferentes juegos abakuás de La Habana y Matanzas condujo con frecuencia a enfrentamientos violentos que contribuyeron a crear la mala fama que se ganó esta fraternidad secreta. Las conexiones criminales de algunos de sus miembros sumadas al racismo, las crónicas de la prensa sensacionalista y la ignorancia rasa alimentaron los prejuicios e incitaron la represión y la persecución que han acompañado a los ñañigos a través de su historia. 

 

Desde fines del siglo XIX hasta algunos decenios más tarde, ser abakuá era considerado un delito y también un sinónimo de “guapo”, tipo duro; al punto de que había hombres que pagaban mucho dinero para poder entrar en un plante, con el objeto de ser respetados y temidos en la calle. Ya en el siglo XX, muchos políticos, militares, músicos y gente relacionada con los bajos fondos buscaban la protección de alguna potencia Abakuá. 

 

Ejemplos célebres de abakuás de armas tomar fueron los del famoso chulo habanero del barrio de San Isidro Alberto Yarini, que murió acuchillado por asunto de mujeres a manos de un proxeneta francés y cuya leyenda fue llevada al cine más tarde; y el del gran percusionista cubano Chano Pozo, al que mataron a tiros en New York en 1948 por un asunto de drogas.


Yarini a la izquierda y su amigo
José Basterrechea.



 En la Cuba posterior a la Revolución los juegos abakuás continuaron siendo considerados focos potenciales de resistencia popular y su culto la más reprimida y malentendida de las prácticas religiosas afrocubanas. En el decenio de 1960 hubo arrestos indiscriminados de conocidos abakuás y las medidas represivas contra ellos continuaron en los años setenta. Desde entonces, sus valores se han deteriorado mucho a causa de la marginación sufrida durante décadas y a la miseria y la corrupción moral de la sociedad cubana actual. 

 

Antes, la buena conducta era un requisito imprescindible para ser Abakuá, y sólo si el delito cometido era por cuestiones de honor se aceptaba a un ex presidiario; ahora hasta en las cárceles hay plantes y aceptan a cualquier criminal. Para iniciarse como Abakuá hay que tener más de 17 años y ser recomendado por algún padrino, pero las exigencias han disminuido últimamente. Muchos de los nuevos iniciados son adolescentes con pésimo comportamiento social y jóvenes ex convictos. Los juramentan tipos irresponsables que no verifican ni averiguan mucho sobre los antecedentes de los postulantes; solo les interesa cobrar. De modo que la hermandad se está transformando en una versión cubana de las maras y gangas de Centroamérica y Norteamérica; más enfocada en la “guapería” y la delincuencia que en los aspectos religiosos y culturales de Abakuá.


Joven ñañigo exhibiendo su Eribanga o tatuaje Abakuá.


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