miércoles, 11 de agosto de 2021

Los Orígenes Ancestrales Del Palo Monte. Un viaje desde el reino del Manikongo hasta los montes de Cuba


 Huyendo de las guerras de expansión de los hamitas, numerosos pueblos bantúes emigraron desde los grandes lagos del este de Africa ecuatorial hacia las sabanas y bosques tropicales de los ríos Congo, Cunene, Cubango, Chobe y Kasai entre finales del siglo XIII y principios del XIV. Entre esos pueblos estaban algunos de nuestros ancestros africanos, que se radicaron en la región costera de lo que hoy es Angola y en parte de los actuales territorios de Zaire, Cabinda y el Congo. Con el tiempo, esas comunidades se fundieron en una sola, conocida como el reino del Manikongo.

 La tradición oral de los bakongos -nombre genérico de los bantúes que se asentaron en esa zona- cuenta diferentes historias acerca de la constitución de su reino. Una de ellas afirma que nueve de los sobrinos del Manikongo -máxima autoridad o rey- abandonaron el clan de su tío y cruzaron el río Zaire para asentarse en tierras ribereñas, fundando los nueve clanes descendientes directos del monarca. Otra, en cambio, dice que Mtinu Wene, el primer Manikongo, después de mucho guerrear, logró asentarse al sur del río Congo y distribuyó las tierras conquistadas entre sus nueve principales generales. A partir de ese momento, el nueve se convirtió en un número sagrado para los bakongos.

 

Durante el juramento de lealtad al Manikongo, los nueve jefes se expresaron así: 

 

1- Yo soy Ndumbu A Nzinga, planta trepadora que se enrolla en espiral. Mis ramas se anudan alrededor de todo el país.

 

2- Yo soy Manianga, el que está sentado. Me siento en la silla y en la estera. Yo he hecho nacer a los mbembas y a los Nlazas.

 

3- Yo soy Nanga, el cojo, pero voy muy lejos. Las piedras de mi estufa son cabezas de hombres. Mi cuchara de comer es la costilla de un gran pez.

 

4- Yo soy Mankunku, el guerrero que lo derrumba todo a su paso. Yo vencí a los ndembos, los tambores de los más poderosos. Que nadie venga a molestarme ni con el timbal ngongie ni con el tambor ngoma.

 

5- Yo soy Ngimbi, el que hace crecer con abundancia todo lo que nutre y alimenta. Los madiadias o falsas cañas de azúcar que se cortan por la mañana, al mediodía nuevamente se mecen al sol.

 

6- Yo soy Mbenza, aquél que rompe, corta y atraviesa. No corto las cabezas de los ratones, sino las de los hombres.

 

7- Yo soy Mpudi A Zinga, un gran pez y además un halcón que, pese al fuego, caza por encima de la hierba en llamas.

 

8- Yo soy Mboma Ndongo, la gran serpiente que deja huellas a su paso. Se arrastra por todo el Congo, por Loango. Madre que hace bien a todos los clanes.

 

9- Yo soy Mabaka, el que reparte las tierras, pero las leyes de esas tierras quedan en mis manos, en mi poder.

 

Los habitantes del reino del Manikongo llegaron a ser unos dos millones y medio antes de la llegada de los portugueses en 1482. Los hombres eran formidables herreros, cazadores y guerreros. Las mujeres se dedicaban a la agricultura. Lo que encontró Diego Cao -el gran navegante y descubridor portugués- al desembarcar en esas tierras fue descrito, no sin cierta admiración y sorpresa, como un reino grande y poderoso, muy poblado y con muchos vasallos.

 

Pese a la centralización del poder en la figura del Manikongo, ese reino poderoso preservaba numerosos rasgos de la sociedad matriarcal tanto en su ordenamiento social como en sus creencias; basados ambos en el sistema de mbila o kanda; términos sinónimos que pueden ser traducidos como la ley del clan.

 

Un niño pertenece al clan de su madre quien, a su vez, pertenece al de su tío materno. Es un conjunto orgánico y místico de todos cuantos han sido paridos por mujer incluyendo, naturalmente a los ancestros, cuyos nombres llevan los diferentes clanes. Los ancestros eran, en ese contexto, la clase, por así llamarla, preponderante. Eran los maestros dotados de un poder sobrehumano; eran los verdaderos propietarios de la tierra, de la cual sus descendientes son los usufructuarios.

 

Los habitantes de las tierras ancestrales ocupaban el segundo peldaño de la escala social. El clan, que en puridad ya había dejado de ser tal, puesto que estaba subordinado a un poder central, ocupaba muchas aldeas según las líneas de descendencia que se hubieran constituido a través de los tiempos. La jefatura de cada aldea pertenecía por derecho de herencia al descendiente más directo de la primera mujer de la primera línea. Ese jefe era también el sacerdote principal del culto a los antepasados, de cuya estricta observancia dependía la prosperidad del clan y sus miembros. Él era, pues, el heredero y representante de los ancestros en la tierra y, a la inversa, era también el representante de los miembros del clan ante los antepasados.

 

Este culto, sin embargo, está cimentado en la autoridad que se adjudicaba al padre con respecto a sus hijos, a los cuales no gobernaba, a diferencia de la madre, pero de cuyo respeto vitalicio era acreedor por el solo hecho de haber contribuido a su concepción. La autoridad paterna sobrevivía al padre fallecido. Y sus hijos le rendían tributo después de muerto, de la misma manera que reverenciaban a los ancestros, de los cuales el padre pasaba a formar parte al morir.

 

La existencia de un poder político central se reflejó más en la jerarquización de la divinidad y sus características funcionales, que en el ordenamiento social dentro de sus clanes. Y aunque la descripción y análisis de esa divinidad han llegado a nosotros por medio de los misioneros que intentaron la catequización de los bakongos; con la inevitable identificación de una deidad única con el Dios de la Iglesia Católica; lo que resulta incuestionable es que los bakongos si tenían una deidad única: Nsambi, que puede equipararse con el Supremo Hacedor de los cristianos. 

 

Para los bakongos, Nsambi creó el cielo y todos los astros, y también a la primera pareja humana, de la cual desciende la humanidad entera. Nsambi interviene en la creación de cada individuo. Cuando un niño esta a punto de nacer, el alma material entra por una de sus orejas, indicando que ha ocurrido el nacimiento “verdadero”. Al morir el hombre, el alma material regresa a Nsambi. Nsambi dispone de la vida y la muerte de todo lo existente, y castiga a los transgresores de sus leyes. Entre éstas, la principal es el respeto a los padres. Nsambi es veraz y omnisciente, está en todas partes, pero no se le representa en cosa material alguna, ni siquiera en imágenes.

 

Nsambi es más grande y poderoso que todas las demás categorías de espíritus de los muertos, entre las que destacan los Nkisi; especialmente Funza, el nkisi creador del feto en la matriz y Bunzi, dios tutelar del clan, de cuyo bienestar y felicidad es responsable. Los ancianos consideraban a Nsambi el dueño de todo y de todos; sin embargo éste no se muestra a los vivos. Habita en el cielo y no baja a la Tierra, pero lo ve todo. Las líneas de la palma de la mano y los profundos surcos de la columna vertebral se conocen como la escritura de Nsambi y también como sus caminos, por los cuales penetra al cuerpo de los hombres. Pero como Nsambi dejó que la muerte reinara sobre la humanidad, su figura no es objeto de culto. Puesto que no se le puede conmover con ruegos, arrepentimientos u ofrendas, ocupa un lugar secundario en la imaginación popular.

 

Algunos mitos narran que el hombre y la mujer fueron creados en el cielo y bajados a la Tierra por un hilo de araña, y que una persona llamada Tuka Zulu -el que vino del cielo- visitaba la Tierra cabalgando sobre un relámpago en calidad de enviado de Nsambi, para curar a los enfermos y resucitar a los muertos. Tuka Zulu se convirtió mas tarde en Mukulu o Nkulu, el ancestro de la humanidad, que también trajo semillas de todas las plantas útiles y enseñó a los hombres todos los usos y costumbres, incluso las fúnebres.

 

Todos los elementos de la naturaleza, incluyendo a sus espíritus, y cuyo conocimiento heredaron de Mukulu, eran sagrados para los bakongos. Las plantas que les sirvieron de sustento, cobijo y medicina; los animales de pelo y pluma que cazaban; las aguas que calmaron su sed y aliviaron su cansancio; y la tierra que contenía las plantas y las aguas benefactoras y que, al término del largo trayecto, fue sembrada y rindió sus frutos; eran reverenciadas como una extensión divina de Nsambi. De ahí que las creencias venidas a Cuba desde el reino del Manikongo giren alrededor de esos elementos. 

 

Los astros y fenómenos de la naturaleza también poseen poderes y atributos propios. El remolino, por ejemplo, tiene poderes semejantes a los de los nkisi que traen la desgracia y la desolación, quienes se trasladan de un sitio a otro valiéndose de los tornados y tormentas. El cielo es el dueño de la lluvia; la produce y la retiene, y de esa forma gobierna a los seres humanos, porque de ella depende el sustento y la buena salud de éstos. El rayo es sagrado y sirve para castigar las transgresiones humanas.

 

 Cada estrella está asociada a una actividad humana particular y los cometas predicen sequías prolongadas y grandes hambrunas. La luna, y no el sol, es para los bakongos el más notable de los cuerpos celestes. Cuando hay luna nueva, la tierra tiembla porque ella se lleva las almas de las personas y los animales para ganar fuerza y “llenarse”. Para ellos la luna es masculina. Su esposa es, según la región de que se trate, el lucero de la tarde o la estrella de la mañana. El sol, en cambio, es una mujer muy trabajadora que descansa poco. Él y la luna están en constante conflicto. Si la luna prevaleciera, el mundo languidecería hasta extinguirse bajo su hechizo. El día en que choquen, la humanidad perecerá. 

 

El río Congo es muy respetado por su inmenso poder sobre la vida de los hombres. Los ancianos cuentan que en los viejos tiempos el río era un ser viviente que podía castigar crímenes y leer los secretos del corazón. Por eso, antes de cruzarlo, se le hacían oraciones y ruegos.

 

Es comprensible, pues, que la base de las Reglas de Palo Monte sean los Nkisi o espíritus de la naturaleza y de los ancestros, contenidos en los recipientes mágicos llamados fundamentos o prendas. Estos receptáculos de formas diversas contienen un universo en miniatura, tal y como lo perciben los paleros, herederos del conocimiento bantú. Las prendas encierran aguas, hojas, hierbas, piedras y tierras tomadas de distintos sitios; dientes, picos, garras de variados animales, junto con pequeños fragmentos de sus huesos o de un ser humano cuyo espíritu pasa a vivir en ese Nkisi o fundamento. Este puede ser físicamente una calabaza, un atado de corteza de árbol o de tela basta, un caldero de hierro o de barro y hasta un caracol. En ocasiones son también unas esculturas de madera y arcilla que representan figuras humanas, a las que se fija un espíritu con resina y bilongo -medicina, magia-, llamadas Nkuyos.

 

Un Nkisi o prenda es un objeto artificial habitado o influenciado por un espíritu y dotado por él de poder sobrehumano. Por espíritu se debe entender, en este caso, no un alma descarnada, sino el alma de un difunto que ha tomado, por voluntad propia, después de su muerte, un cuerpo adaptado a su nuevo modo de "ser”.

 

De ahí que el término Nkisi designe tanto al espíritu como al objeto material que le da cuerpo y le permite “ser” pese a estar muerto, y que puede ser dominado por una persona viva. Ese objeto o receptáculo es compuesto o fabricado por un Nganga, la persona intermediaria entre los vivos y los muertos. Todo hombre o mujer que posea un Nkisi es, por tanto, su Nganga.

 

Cuenta la leyenda que el primer Nkisi fue compuesto por Mukulu, el primer ancestro que descendió del cielo y enseñó a los hombres cómo fabricar o componer un Nkisi. Los Nkisi tienen aliento, pero no igual que las personas. Escuchan al Nganga y hacen lo que éste les ordena. La vida del Nkisi no termina, sino que se transmite para formar una especie de linaje. Según la tradición popular congolesa, el primer Nkisi fue hecho en el agua, origen de todos los seres vivientes, e inauguró el linaje de Nkosi, el destructor. Después se compusieron los Nkisi del linaje de Kyere, la alegría. Así, de cada Nkisi pueden “nacer” tantos otros como estime su Nganga, pero cada uno de ellos debe ser igual al primero, cuyo nombre adoptan. El Nganga es también quien transmite el arte de componer un Nkisi a los novicios y les enseña sus propiedades, manejos y tabúes.

 

El hombre es considerado como un ser dual por los bakongos, compuesto por una entidad exterior: el cuerpo físico que se entierra y se descompone, y una entidad interna que constituye la esencia misma del ser humano. Esta, a su vez, está compuesta por dos entidades separadas: la Nsala y el Mwela.

 

Nsala es la parte del hombre que no es visible en el cuerpo exterior; es su alma o mejor, la esencia de la vida. Es considerada como un ser viviente que actúa como la adivina del hombre, al cual puede abandonar momentáneamente para vagar por el mundo y conocer los acontecimientos que afectarán a su dueño en el futuro. Para los Ngangas, la Nsala es visible en forma de kini -que significa sombra-. De ahí que a los nkuyos o muñecos mágicos se les llame en Cuba Kini Kini -sombra sombra-, en referencia a que los Nkisi o esencias espirituales que contienen se mueven por el mundo como sombras vertiginosas. Igual que el cuerpo físico tiene su sombra, el alma o espíritu también tiene la suya. La Nsala no abandona el cuerpo físico hasta que el hombre se muere y la sombra se separa de él. 

 

En cambio, Mwela es el aliento divino que permite a las personas respirar y vivir; concepto similar al Prana del hinduismo. Si el Mwela abandona el cuerpo, el hombre muere. Este aliento mágico puede posesionarse de cualquier animal. Para prolongar la vida de un ser humano, se mezclan unas gotas de su sangre con las de un animal determinado para que ambos compartan el mismo aliento y la vida se prolongue. Cuando el hombre muere, su aliento se va a Kalunga, el mundo de los muertos.

 

En la tierra de los muertos la vida continúa de manera semejante a la vida terrenal, si bien carente de penas y enfermedades. La muerte, dicen los bakongos, sólo ocurre una vez y es como una recompensa. Los habitantes de Kalunga generalmente están divididos en dos grandes grupos: los Nkuyu -llamados Nfumbes en Cuba- y los Nyumba -llamados Nfuiris en Cuba-; divididos a su vez en numerosos subgrupos con variadas y complejas funciones que sería muy largo explicar aquí. Nkuyu o Nfumbe significa espectro, visión y también cambio, transformación. No tienen los Nkuyu un Iugar definido en el mundo de los muertos, sino que andan errantes en el mundo de los vivos y son susceptibles de ser capturados por un Nganga. Por el contrario, los Nyumba o Nfuiris son aquéllos espíritus que no se transforman en espectros. Es decir, que no adquieren una apariencia diferente a la que tuvieron en la vida, porque no deben pagar por hechos censurables, y por eso pueden mezclarse con los vivos y pasar desapercibidos.

 

También existen los Simbi, a los que a menudo se les confunde con los espíritus de los muertos, aunque para nada se parecen a éstos. Los Simbi se manifiestan en torrentes o inundaciones súbitas que arrasan con chozas y cosechas. Un Simbi no puede ser capturado y encerrado en una prenda, sino tras muchas dificultades y peligros. Alguien que, a riesgo de su vida y su cordura, capture a un Simbi se convierte automáticamente en Nganga, sin necesitar de otra iniciación. Estos espíritus habitan en apartadas lagunas, pozos y ojos de agua, que tienen la reputación de ser lugares muy peligrosos para quienes se acerquen a ellas.

 

Los Karires son algunas de las figuras más misteriosas de la mitología de los bakongos. Nkadi Mpemba, Ndoki, Lukankasi y Lugambé son los Karires más conocidos en Cuba, pero en el reino del Manikongo se contaban por cientos.

Los misioneros europeos los equipararon en sus crónicas, por su enorme y terrible poderío, con las huestes de Satanás; aunque en realidad estas entidades son muchísimo más antiguas que los demonios de la tradición judeocristiana y, por tanto, de la concepción del Bien y el Mal. De hecho, los Karires fueron los primeros seres que creó Nsambi, arrancándose trozos de su propio cuerpo, para que le hicieran compañía en su infinita soledad y le ayudaran a dar forma al universo. A ellos encargó crear las estrellas para iluminar su Gran Obra, fundiendo con su fuego divino el plasma original hasta lograr las sustancias y elementos de que están hechos todos los astros y galaxias.

 

En algunas zonas del reino del Manikongo se le llamaba Ndoki, no a un espectro o espíritu, sino a un poder, a una fuerza mágica, transmisible por consanguinidad, que permitía a quienes la poseyeran o recibieran dominar a los espíritus de los muertos sin precisar objeto mágico alguno. Las personas que detentaban este poder eran también llamadas Ndokis; que significa hijos del Karire Ndoki. De ellas se decía que tenían la facultad de convertirse en animales de conocida ferocidad: cocodrilos, leopardos o serpientes de gran tamaño, y también en ciertas aves, cómo lechuzas, búhos y auras tiñosas.

 

La presencia en las Américas de un crecido número de esclavos pertenecientes a los diversos clanes bakongos bajo la égida del Manikongo, se debe a un cúmulo de circunstancias, entre las cuales no fue la de menor importancia la rápida catequización del Manikongo de la época, bautizado como Alfonso apenas nueve años después de la llegada de Diego Cao a la zona. Accedería al trono con el nombre de Alfonso I en 1507, ocupándolo ininterrumpidamente hasta su muerte en 1543. Fue él quien estableció las primeras relaciones con los portugueses, cuyas costumbres adoptó, y quien les suministró los primeros esclavos con destino a la colonia de Brasil. Pero cuando las exigencias de mano de obra para esa posesión portuguesa crecieron, como para que resultara imposible satisfacerlas por otra vía que no fuera la guerra, Alfonso I y sus sucesores no estuvieron dispuestos a ello. En 1575 al Congo llegó Paulo Dias de Novais, inaugurando una nueva era en las relaciones de Portugal con el reino del Manikongo. Dias plantó su cuartel general al sur del río Congo e inició la guerra de conquista contra los bakongos de Ngola, entrenando al propio tiempo a bandas de nativos para la captura de prisioneros de guerra, embarcados después como esclavos, y para la expansión de las fronteras coloniales.

 

Para 1591, el dominio efectivo del Manikongo se había reducido a seis provincias: Bamba, Sonho, Naundi, Pango, Bata y Pemba. Casi setenta años resistió el reino del Manikongo las depredaciones portuguesas y los conflictos internos que la expansión colonial trajo consigo antes de decidirse a presentar batalla. Los resultados fueron desastrosos. La unidad del reino se resquebrajó con enorme rapidez y para fines del siglo XVIII el dominio del Manikongo sólo alcanzaba unas pocas aldeas en la periferia de Mbanzakongo. Demasiado cercano al ojo de la tormenta colonial, el reino del Manikongo fue devastado por ella.

 

No fue exclusivamente a Brasil adonde fueron a parar los bakongos capturados en el reino del Manikongo. También arribaron, entre otras islas del Caribe, a Cuba, transportados a la fuerza en los navíos de empresas europeas, que fueron las encargadas de este infame comercio trasatlántico entre los siglos XVI y XIX.

 

Para finales del siglo XVI, la población negra en Cuba era mayoritaria. Los cronistas de la época calculaban que un 60 % de la población total, la cual fluctuaba entre los 15.000 y los 20.000 habitantes, estaba constituida por africanos traídos a la Isla en calidad de esclavos y sus descendientes criollos. Entre los esclavos vendidos en el mercado cubano muchos fueron identificados como congos, cabindas y ngolas. 

 

Desembarcados en diferentes puntos de Cuba, cientos de bakongos fueron destinados a plantaciones de caña, café y tabaco esparcidas por toda la isla. Fueron ellos los que compusieron, en honor a los nueve reinos sagrados del reino del Manikongo, los primeros nueve Nkisi de Cuba, de los cuales nacieron otros muchos. Estos, a su vez, procrearon los que, junto con aquellas prendas originales, llegarían a ser los fundamentos de las Reglas de Palo Monte en Cuba. Dos de ellas fueron hechas en Pinar del Río; una en La Habana; dos en Matanzas; una en Santa Clara; otra en Camagüey; y otras dos en Oriente.

 

Nómbrense las de Pinar del Río, Ndumbo A Nzinga y Mananga. Ndumbo A Nzinga fue compuesta a finales del siglo XIX y pertenecía a Saturnino Gómez, descendiente libre de algún esclavo de la dotación del ingenio Santa Teresa, en Bahía Honda. Con el tiempo el nombre de esta prenda devino en Ngundu Batalla Sácara Empeño.

 

El Nkisi Mananga servía a los esclavos congos que escapaban de la hacienda Candelaria de don Francisco Javier Pedroso, alrededor de 1806. La hacienda lindaba con la Sierra del Cuzco y en sus terrenos, donde hoy se ubica el pueblo de Candelaria, está la loma de Juan Ganga, famoso cimarrón que montó la prenda. Esta recibió el nombre de Manawanga o Mariwanga; que se corresponde con la orisha yoruba Oyá, dueña de centellas y remolinos e identificada con la Virgen de la Candelaria.

 

Mboma Ndongo fue el Nkisi compuesto por los bakongos en La Habana, por el año 1812, en el antiguo caserío de Guanabo, en Guanabacoa. En esa localidad de la provincia habanera ocurrió un importante levantamiento de esclavos congos y yorubas de la dotación del ingenio Peñas Altas. Casi todos los insumisos fueron masacrados por el mayoral Antonio Orihuela. El reducido grupo de sobrevivientes pudo escapar llevándose la krillumba de una de sus compañeras asesinadas llamada Regla Ngola. En lengua, Mboma es la Virgen de Regla.

 

Los Nkisi Nanga y Mankunku fueron compuestos en la provincia de Matanzas. Nanga recibió el nombre de Mundo Catalina, Manga o Nanga Nsaya. Su dueña era la familia de los Melgarez, que radicara, a finales del siglo XIX, junto a la laguna sagrada de San Agustín de Ibáñez en Pedro Betancourt. Fue montada por esclavos del ingenio Diana Soler, propiedad del potentado español Juan Soler. El ingenio fue quemado poco después. Mankunku se convirtió en Mayimbe Nkunku Sácara Empeño, y procede de las lomas de Quimbámbilas, en Perico. Fue fundamentada por cimarrones huidos del ingenio Tinguaro en esa jurisdicción. De esta prenda, famosa por su movilidad, nacieron otras muchas que, a su vez, se propagaron por toda la Isla. Come gallo negro e hierbas en forma peculiar.

 

En Santa Clara los esclavos cimarrones del ingenio Buena Vista, propiedad de Justo Germán Cantero, prepararon una prenda con el nombre de Makaba, Mbumba Kuaba o Kaba. Esos cimarrones deambulaban por las montañas de Trinidad y las Alturas del Muerto, hasta el río Ay de los Negros, e identificaban su fundamento en la Osha con Yewá. Makaba era una prenda de extrema sensibilidad, hecha con la krillumba de una joven negra que fuera atacada y descuartizada por las jaurías de los rancheadores durante su fuga.

 

Ngumbi o Nkindi es oriunda de Camagüey, y encierra el espíritu de Ngumbi, nombrado en vida Ciriaco. Era éste un negro bozal cuyo cimarronaje tuvo como escenario la periferia del poblado camagüeyano de Santa Cruz del Sur. Los negros entrados por las costas de esa provincia aun después de suprimida la trata, pronto formaron grupos cimarrones los cuales, según las crónicas de la época, atacaron a santa Cruz varias veces en el año 1851, ocasionando pérdidas humanas y materiales nada desdeñables.

 

Las prendas de la antigua provincia de Oriente son particularmente interesantes. La que responde al nombre de Mbudi Yamboaki Nzinga fue preparada en el pueblo de Yara. La importancia histórica de esa localidad radica, entre otros hechos no menos trascendentes, en que allí se asentó el cacicazgo indio de Macaca, donde fue quemado vivo el indio Hatuey el 10 de octubre de 1513. El esclavo dueño de esa prenda era Baltasar Yamboaki, de quien se dice era así llamado porque su prenda contenía la krillumba de un Yambiaki, que en congo significa indio.


 En el punto conocido por Peralejo, situado entre Manzanillo y Bayamo se libró una de las más cruentas batallas de la guerra de 1895-1898. Allí fue emboscada por las fuerzas mambisas al mando de Antonio Maceo la columna del brigadier Fidel Alonso de Santocildes, quien escoltaba al general en jefe del ejército español en Cuba, Capitán General Arsenio Martínez Campos. Este logró a duras penas romper el cerco insurrecto y dirigirse hacia Bayamo, dejando pertrechos y heridos en poder de los mambises. Tuvieron muchas bajas, entre ellas el propio Santocildes, cuyas kriyumbas fueron recogidas por los mambises descendientes de congos y ngolas que blandieron sus machetes en esa batalla para fundamentar sus prendas, nombradas Mbenza Bana. 


Saludos a todos y que Nsambi acutare.