En mi empeño por rastrear y divulgar los diversos cultos mágicos afrocubanos de raíz bantú —las llamadas reglas muerteras o de Palo Monte—, con el fin de preservar sus huellas y evitar que se diluyan o confundan con el paso del tiempo, hoy les presento un antiguo sistema de interpretación del oráculo de los Chamalongos -cuatro conchas que se arrojan sobre una cruz de tiza, conocida como Cuatro Vientos- que forma parte de la liturgia palera desarrollada en la campiña oriental de Cuba. Esta tradición se conoce como Tumba Francesa, debido a la fuerte influencia en ella del vudú haitiano, resultado de las sucesivas migraciones desde la vecina isla que arribaron a las costas orientales cubanas a lo largo del siglo XIX y la primera mitad del XX.
La principal diferencia entre este sistema y otros métodos de interpretación del oráculo de los chamalongos —como los que se desarrollaron en La Habana, Matanzas y otras localidades del occidente cubano tras la abolición de la esclavitud— radica en que todas las patipembas o firmas mágicas derivadas de sus consultas son variaciones de un único símbolo: el célebre Simandó o Cuatro Vientos. Este consiste en un círculo inscrito dentro de una cruz formada por flechas, lo que lo hace destacar por la sencillez de su aprendizaje y aplicación.
Otra diferencia significativa entre la Tumba Francesa —también llamada Kimbisa Oriental o Kimbisa Haitiana— y las principales reglas paleras del occidente cubano —Mayombe, Briyumba y Kimbisa del Santo Cristo del Buen Viaje— es su origen y contexto social. La Tumba Francesa fue cultivada de forma silvestre y libre durante siglos por cimarrones: esclavos africanos que escapaban de las plantaciones e ingenios azucareros, donde eran tratados como bestias de carga, para refugiarse en los llamados palenkes o poblados rebeldes que florecieron ocultos de las autoridades coloniales en las montañas del Nipe y la Sierra Maestra desde el siglo XVI. En cambio, las reglas occidentales son mucho más recientes y “civilizadas”, fundadas entre finales del siglo XIX y principios del XX en las barriadas de negros y mestizos que crecieron por esa época a extramuros de las ciudades. Estas fueron creadas por antiguos esclavos bantúes —gangas, mayombes, lingalas, bakongos, entre otros— y sus descendientes, quienes conservaron sus tradiciones de forma algo tímida y parcial, “jugando” sus ritos en los cabildos coloniales: espacios culturales “seguros” donde los esclavos podían recrear sus costumbres y glorias pasadas para sacudirse la nostalgia y desahogarse de sus penas presentes, bajo la estricta vigilancia de sus amos blancos. Estos prohibían y castigaban los sacrificios de sangre, el uso de armas blancas —de ahí el empleo de cuchillos de madera en ciertos rituales afrocubanos—, la pólvora y cualquier forma de violencia o lascivia en las ceremonias, razón por la cual se les llamaba irónicamente “juegos”.
Incluso hoy en día se sigue llamando “juegos” a los plantes de nganguleros y ñáñigos celebrados en casas y cuarterías de La Habana, Matanzas y otras ciudades de la isla. Y es que el Palo Monte que se realiza discretamente entre cuatro paredes, sobre piso de losa o cemento, iluminado por velas y bombillas y sin sonar tambores —para no molestar a los vecinos ni alertar a la policía— es como un juego de salón comparado con el Palo Monte que se practica sin miedo en los campos de Cuba, fuera de la vista de cualquier autoridad, en medio de la naturaleza, bajo la luz de Ngonda —la Luna— y las estrellas, al abrigo de un gran fuego y del canto de los tambores armónicamente sincronizado con el rumor de fondo de un arroyo o de una playa y de un coro infinito de grillos, lechuzas y otras criaturas de la noche.
Hago esta aclaración porque siempre se habla del sincretismo entre lo bantú y lo yoruba en la conformación de los cultos mágicos afrocubanos, pero rara vez se menciona otro factor determinante en la configuración final de las reglas muerteras: el choque o encuentro entre el Palo Monte jíbaro del campo y el Palo Monte fino de la ciudad.
Los nganguleros de los palenkes fueron cimarrones: hombres y mujeres bravos y libres por derecho propio, y sus hijos nacidos en libertad; a menudo fruto del amor o trato con personas de razas y culturas diferentes, pero de gemelas e insumisas almas, como aborígenes cubanos —taínos, siboneyes, guanajatabeyes y caribes—, emigrantes canarios y cimarrones de otras zonas de África, como lukumíes —nombre genérico que se daba a los esclavos de origen yoruba—, mandingas —africanos musulmanes de la zona del Alto Níger y los valles de Gambia y el Senegal, que introdujeron en Cuba el culto a Obbá-Allah u Obbatalá— y ararás —negros procedentes del reino de Dahomey, de los misteriosos pueblos Fon y Ewé, de los que desciende la sociedad secreta Abakuá, que tanta influencia tuvo en la concepción de la dimamanga o conjunto de firmas paleras y de la idiosincrasia cubana en general—. Muchos de ellos se unieron voluntariamente al ejército mambí durante las guerras independentistas, como el célebre general y brujo de piel negra Quintín Bandera.
Durante cientos de años, estos brujos jíbaros vivieron “alzados” —eufemismo popular cubano para referirse por igual a forajidos, herejes, contrabandistas y revolucionarios que se “alzaban” en las montañas de Cuba—, al margen de la ley y de los curas; estableciendo una relación espiritual directa con la isla, descubriendo y reverenciando por su cuenta las maravillas y misterios de su cálida y dulce naturaleza, e integrando a ella los secretos de sus tradiciones ancestrales con la fe y delicadeza de quien trasplanta el último bulbo de la última flor de su planeta al suelo de un nuevo mundo. Daban gracias a ntoto —la tierra— a cada paso, y procuraban saludar por su nombre a cada nkunia, nfita y musanga de kunanfinda, el Monte, para ganar su favor. Pudiendo elegir a su aire los mejores ingredientes de cada universo para cocer la retoña cosmogonía afrocaribeña en que se acunó el Palo Monte.
Mientras tanto, los nganguleros que fundaron en La Habana las potencias Mayombe, Briyumba y Kimbisa del Santo Cristo del Buen Viaje eran fundamentalmente antiguos esclavos y su descendencia concebida en cautiverio. Conocían mejor los rezos católicos y los modales urbanos que la selva tropical, pero a cambio sabían leer, y lo hacían, nutriéndose de cuanta novedad ocultista llegaba del viejo mundo, como el espiritismo y la masonería.
Por citar un caso, el célebre Andrés Petit, fundador de la regla Kimbisa del Santo Cristo del Buen Viaje y de la primera potencia Abakuá que admitió a criollos en sus filas, fue lo que en Cuba llamamos un mulato catedrático: hijo bastardo de una esclava doméstica y de un amo blanco, criado junto a sus hermanos blancos en la casa señorial y educado por los dominicos, orden religiosa de la que llegó a ser terciario. La magia africana corría con fuerza por sus venas, pero su mente razonaba como la de un europeo, lo que le permitió moverse con habilidad en ambas aguas y tener éxito tanto entre los mestizos pobres como entre los criollos ricos.
La fusión de ambas liturgias paleras —la del campo y la urbana— alcanzó su punto de ebullición tras el fin de la guerra de independencia y el establecimiento de la República de Cuba en 1902, cuando mucha gente del campo —más de un brujo palero entre ellos— tuvo que emigrar a las ciudades, huyendo de las hambrunas y la desolación. Dejaron atrás todas sus pertenencias, llevándose únicamente su cultura, sus expresiones, su música, su cocina, su botánica, sus ritos mágicos.
Los contrastes de esta mezcla pueden apreciarse mejor si se estudian las diferencias entre la sencilla liturgia adivinatoria rural de la Tumba Francesa o palo monte oriental, y los sistemas de interpretación de los chamalongos aplicados en las ciudades, de mayor complejidad y fuerte influencia española y yoruba.
En la Tumba Francesa solo existen cuatro mpungus: Nsasi, el elemento Fuego; Kalunga, el elemento Agua; Ntoto, el elemento Tierra; y Simandó, el elemento Aire; de los cuales derivan los nkisis o prendas del Palo Monte.
Del mpungu Sabranu Nsasi —dueño del rayo y las centellas, como el Zeus olímpico— nacen las famosas prendas o ngangas Siete Rayos, Tiembla Tierra, Brazo Fuerte, y también Mariwanga, Centella Ndoki y Francisca Siete Sayas, versiones femeninas de Siete Rayos. En el caso de Tiembla Tierra, cabe destacar que, inicialmente, fue una prenda iracunda y violenta, fundamentada en el poder de los terremotos, tan frecuentes en las zonas más orientales de la isla, como la Sierra Maestra, Guantánamo y Santiago de Cuba. Sin embargo, al trasladarse a las ciudades, se sincretizó con el orisha yoruba Obbatalá y con la Virgen católica de las Mercedes, y su carácter belicoso fue sustituido por la templanza característica de esas divinidades, llamándosele a menudo Mamá Kengue.
Del mpungu Kalunga —que rige todas las aguas y simboliza la oscuridad y la muerte— nacen prendas acuáticas y femeninas como las célebres Madre de Agua, Mamá Chola y Ngonda Nkisi. Originalmente, Madre de Agua representaba el poder mágico del majá gigante que habita en las grandes cuevas de Cuba, y que ya era adorado por los indígenas mucho antes de la conquista española. No fue sino hasta el siglo XX, cuando llegó a La Habana y se sincretizó con la Virgen de Regla y la orisha Yemayá, que este nkisi adquirió un carácter oceánico. Algo parecido ocurrió con Chola Wengue, que nació como prenda guerrera de los simbis nkita —espíritus de ríos y lagunas—, pero se volvió más fina y coqueta en las ciudades, bajo la influencia de Oshún, orisha de la belleza y la sensualidad.
De Ntoto, la fuerza espiritual o mpungu de toda la Tierra, germinó el nkisi Ngurufinda: la fuerza mágica del Monte, de las plantas y aves que lo habitan, que rige la caza y la medicina natural. Más adelante, con la integración del Palo Monte a las ciudades, de Ngurufinda y de la combinación de sus virtudes con las de otros nkisis como Lucero y Tiembla Tierra, surgieron nuevas prendas de marcada influencia urbana y yoruba, como Cabo Ronda y Mundo Nuevo —prendas especializadas en asuntos policiales y en la cárcel, respectivamente—, y el popular Sarabanda, entidad 100 % cubana que se obtiene de la aleación del nkisi Siete Rayos con los Guerreros de la Ocha: Oggún, Eléggua y Ochosi. Esta fue diseñada específicamente por los briyumberos de La Habana para competir y vencer a la poderosa nganga Siete Rayos de los brujos orientales que se asentaron en la capital, conocidos popularmente como mayomberos, aunque en realidad procedían o descendían de diversos pueblos bantúes, no solo de Mayombe.
Y del mpungu Simandó, Impenso Siantoko Pamboansila —el misterio de los cuatro vientos en la encrucijada—, emergieron los nkisis Lucero, Kobayende y Kitembo o Remolino Viramundo, los inquietos y a veces terribles espíritus africanos del Aire que siguieron evolucionando y transformándose durante más de cuatrocientos años en los campos y ciudades de la isla de Cuba, revolviéndose a fuego lento con otras divinidades bantúes —como Nkuyo, Bakuandé y Mariwanga—; yorubas —como Los Guerreros, Oyá y Babalú Ayé—; y occidentales —como el Santo Niño de Atocha, San Lázaro, Santa Bárbara, la Virgen de la Candelaria y el mismísimo Lucifer.
Sabiendo todo eso de antemano, nos resultará más fácil interpretar este viejo sistema de consulta con chamalongos de la Tumba Francesa.
La primera tirada se realiza sobre una simple cruz trazada en el suelo o sobre una tabla, junto a la prenda. De la forma en que caigan —boca arriba o boca abajo— y de la posición que adopten las cuatro conchas o piezas sobre el dibujo del Cuatro Vientos, se extrae el signo del registro, el cual indica el estado espiritual —positivo o negativo— del consultante y de las circunstancias que lo rodean en el presente, en relación con su pasado reciente y su futuro próximo.
Esta primera tirada corresponde a uno de los 16 signos posibles y se anota en el centro del Simandó, como se muestra en la imagen. Cada signo es una combinación de cuatro pequeños círculos (o) y/o cruces (+), que puede relacionarse con determinados mpungus y distintas tesituras:

En la segunda tirada, se arrojan los chamalongos sobre la cruz del Cuatro Vientos para continuar la composición de la patipemba y determinar el nsila o camino a seguir para equilibrar las energías que rodean al consultante, así como las obras indicadas por los nfumbes para resolver su problema o deseo. Cada una de las 16 caídas posibles posee su propia forma de orientar las puntas —positivas (+)— y/o las plumas —negativas (o)— que perfilan las flechas sobre los extremos del Simandó, indicando el tipo de trabajo a realizar para alcanzar nuestro objetivo, como se muestra en la ilustración:

Si con la segunda tirada no se logra compensar o redistribuir las energías reveladas en la primera, de forma que permita resolver el conflicto o la petición del consultante, es necesario continuar indagando y negociando con los espíritus mediante nuevas preguntas y tiradas, hasta que las cuentas salgan correctamente. Generalmente, un brujo sabio no necesita repetir la segunda tirada, pues siempre sabe encontrar el mejor camino en cualquier signo que caiga, pero es normal que los nganguleros más inexpertos precisen varias tiradas para descifrar y adaptar los signos a sus consultas, pues muchas de las situaciones que describen no las han vivido o presenciado nunca.
Sin embargo, si al repetir la segunda tirada todas las conchas caen bocabajo, el signo se interpreta como mal augurio: Hablan Kalunga, la Muerte, y los Karires o demonios que la pueblan; por lo que se suspende de inmediato la sesión, se lavan los chamalongos y la consulta se pospone para otra fecha.
Por el contrario, si al repetir la segunda tirada se obtiene un signo propicio, ya solo resta completar la patipemba trazando su último elemento: la ñoca, o flecha -recta o serpenteante-, sobre la cual se hará estallar fula —pólvora mezclada con mpolos, o polvos de ciertos palos y huesos— para arrear a los nfumbes en dirección a su misión y dar por finalizada la obra.
En otras palabras, la patipemba de cada obra se obtiene anotando el signo de la primera tirada en el centro del Cuatro Vientos, dibujando a continuación el signo de la segunda tirada en forma de puntas y/o plumas de flechas en los extremos de la cruz, y trazando por último la ñoca de fula, que siempre debe pasar por su centro o envolverlo en un círculo. Al combinar los 16 signos posibles de la primera mano —conformados por cruces (+) y círculos (o)— con las 16 rutas viables del segundo lanzamiento —delineadas por puntas y plumas de flechas— es factible extraer hasta 256 caminos distintos y sus respectivas firmas, como podemos apreciar en las siguientes 16 imágenes:
Las flechas azules que aparecen en los gráficos anteriores ilustran distintas maneras de dirigir la ñoca, o flecha final, sobre el 4 Vientos. Por lo tanto, no es obligatorio reproducirlas de forma exacta, ya que cada tata desarrolla su propio estilo. Cabe destacar que, en este sistema, no es necesario realizar una tercera tirada para confirmar si todo ha salido bien, pues la trayectoria de la fula quemada —ya sea completa o incompleta, firme o vacilante— lo indica por sí sola. Solo cuando el brujo anda escaso de pólvora recurre a una tercera tirada de chamalongos para sustituir el arreo de fula y validar los resultados.
Les dejo enlaces a los vídeos en que muestro, en la práctica y al pie de mi nganga, el funcionamiento de este peculiar sistema de consulta con chamalongos, sus firmas, obras y el arreo de los nfumbes:
https://vm.tiktok.com/ZNRdspjm7/
https://vm.tiktok.com/ZNRdsEcrC/
https://vm.tiktok.com/ZNRdsQnNq/
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