miércoles, 14 de agosto de 2024

El Nsila: ¿Destino o Libre Albedrío?

El destino y el libre albedrío son conceptos opuestos, pero no incompatibles; se complementan y coexisten a lo largo de toda la vida, como las dos caras de una misma moneda. El destino es el nsila o camino que Dios escribe para cada persona, mientras que el libre albedrío es el derecho que también nos ha dado Dios para elegir libremente todas nuestras decisiones. Estas decisiones, al final, nos conducirán al cumplimiento previsto de nuestro nsila.

Esta aparente contradicción se explica al entender que las leyes del tiempo solo funcionan en el plano material y no en el plano espiritual, donde existen los dioses, nfumbes y demás entidades espirituales carentes de limitaciones temporales. Desde su dimensión metafísica, pueden ver toda la vida de una persona de un solo vistazo: su nacimiento, desarrollo y muerte a la vez, y revelar su destino.

Es decir, Dios no dicta nuestros destinos ni nos obliga a recorrerlos, ya que no los inventa; simplemente los ha visto y sabe qué ocurrirá a cada paso. Él conoce nuestro destino, pero quienes verdaderamente lo escribimos con cada decisión que tomamos somos nosotros. Esa es la razón por la que Dios jamás interviene en los asuntos humanos; nos creó con consciencia y voluntad propia para que podamos escribir nuestras vidas con total libertad.

Usando un lenguaje más moderno, podríamos decir que el destino es lo que está escrito en el ADN humano y en su inconsciente colectivo: la herencia genética y psicológica de todos y cada uno de nuestros ancestros que moldea la materia vital y la convierte en seres humanos de carne y hueso con determinadas características biológicas y tendencias psicológicas, como el color de piel y de ojos, tipo de cabello, rasgos faciales, enfermedades congénitas, miedos, creencias, habilidades innatas, etc. Mientras que el libre albedrío vendría a ser la propia vida: todo lo que decidimos y hacemos individual y voluntariamente en este mundo desde que tenemos uso de razón hasta el momento de la muerte.

Los mortales podemos escapar parcialmente del destino combinando fuerza de voluntad y sabiduría. La voluntad se moldea con disciplina y perseverancia, y se dirige hacia nuestros sueños y metas. La sabiduría, por su parte, es cualquier conocimiento o poder que nos permita vislumbrar el futuro para saber qué cosas se pueden cambiar y cuáles no. Por eso es sabio consultar con los espíritus antes de embarcarnos en cualquier proyecto o empeño importante, para saber de antemano si tiene posibilidades reales de cumplirse, aunque implique cambiar parcialmente el nsila del consultante o el de otras personas.

Dios puede verlo todo en todo momento con absoluta claridad, pero nosotros no podemos ver más allá del presente ni tampoco podemos preguntarle directamente, ya que nunca responde. Si lo hiciera, el mundo sería un caos y la gente dejaría de vivir, luchar, crear y crecer para pasarse el tiempo comunicándose con el Cielo. Por lo tanto, no nos queda otro remedio que invocar a espíritus y dioses menores, como nfumbes, nkisis, mpungus y karires, que son miopes en comparación con la vititi o vista del Creador, con el fin de atisbar el porvenir y, en base a eso, tomar nuestras decisiones.

Y digo atisbar, porque las visiones del futuro obtenidas a través de los ojos de dichas entidades intermedias suelen ser borrosas o confusas. Preguntarles por los posibles caminos de una persona en particular es como si estuviéramos mirando un enorme hormiguero, que simboliza a la humanidad, con millares de diminutas hormigas moviéndose unas sobre otras sin parar, e intentáramos aislar y seguir con la mirada la trayectoria de una sola hormiga entre todas las demás.

Concluyendo: Nsambi nos crea y nos observa, pero no nos juzga, pues sería como juzgarse a sí mismo. Somos su obra y nos contempla, pero no interviene en nuestras decisiones ni nos juzga por ellas, ya que sería como hacerse trampas a sí mismo jugando al solitario. Nos observa siempre con amor, hagamos lo que hagamos, pues somos su obra y en ella se ve reflejado a sí mismo; al igual que un hombre observa su rostro en el espejo y descubre canas y arrugas nuevas, que le pertenecen, pero que crecen a su aire, libre e independientemente de su voluntad. 

Saludos a todos y que Nsambi acutare,

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