Desde que existe la magia existe también el prejuicio en mucha gente de creer que el amor obtenido por medios mágicos no es amor verdadero y que los amarres, hechizos y talismanes de brujería reflejan el atraso espiritual de quienes los emplean para seducir y dominar el corazón de otras personas -pues el amor ha de surgir de forma natural y espontánea, sin engaños ni artificios-; pero lo cierto es que ese amor tan sencillo y puro en la vida real solo se da en los animales. El amor entre humanos es algo infinitamente más complejo que la simple atracción sexual y encariñamiento experimentados por parejas de cualquier otra especie; un laberinto de factores que trasciende los instintos naturales y las emociones y deseos individuales, moldeado y enriquecido por milenios de fábulas y canciones románticas, bodas, bailes, afeites y modas, que de naturales tienen más bien poco.
Si nos ponemos técnicos, toda forma de seducción es tan artificiosa como la magia. Cada vez que una persona se acicala con vestidos, adornos y cosméticos para conquistar a otra está usando un tipo de magia que penetra por los sentidos en forma de imágenes, aromas y texturas voluptuosas y sugerentes que los excitan y empujan hacia el amor. También el sonido de una música romántica y de ciertas palabras y frases susurradas suavemente, y los sensuales movimientos de determinadas danzas populares y bailes de salón, pueden inducir la atracción sexual en el cuerpo igual que un hechizo o encantamiento, y las bebidas alcohólicas pueden considerarse auténticos filtros mágicos que desinhiben el comportamiento y facilitan el romance. Incluso las cirugías plásticas y las inyecciones de botox y otras sustancias en el rostro para corregir las arrugas y signos del envejecimiento, así como los implantes de silicona en pechos y glúteos, podrían considerarse “trucos de magia” para engañar a los sentidos y engatusar corazones.
Y es que, como dice el dicho, “en el amor, como en la guerra, todo se vale”.
Dios no concede la gracia del sex appeal a todo el mundo ni muchísimo menos. La mayoría de las personas arrastran defectos, carencias o excesos físicos o psicológicos que les impiden sentirse atractivas, proyectarse como tal y tener éxito en el amor, y se ven obligados a compensarlos con otros recursos menos naturales -pero no por ello menos válidos- que los atributos físicos con los que nacen; como el ingenio, el sentido del humor, la popularidad, la elegancia, el dinero, el poder y también -porqué no- la magia.
Si usamos la magia o no para obtener amor en la vida terrenal no es algo que nos preguntarán como requisito para entrar en el cielo. El único pecado que importa verdaderamente y por el que podemos ser castigados en el Juicio Final no es el asesinato ni el robo, la infidelidad, la traición, el engaño o la brujería, sino el no haber aprovechado al máximo el divino regalo de la vida; el no haber perseguido nuestros sueños y luchado con uñas y dientes por lo que amamos, como forma de honrar y cultivar el espíritu que nos fue confiado.
Lo que le importa a Nsambi es tu amor -la más exquisita de las ofrendas-, no cómo lo conseguiste.
Emplear amarres, amuletos y hechizos para conseguir amor no es peor que maquillar nuestros defectos con ropa lujosa y cirugías estéticas o usar aplicaciones informáticas, regalos y ambientes románticos para seducir a quién nos gusta. Cada cual liga como puede y todo lo que hagamos sin delinquir para ganarnos el corazón de otras personas es válido ante la sociedad y cuenta a los ojos de Dios.
De hecho, es imposible llevar a cabo con éxito un amarre o hechizo de amor sin la bendición o tolerancia de Nsambi; de cuyo poder creador brota todo lo que existe, incluyendo la hechicería, la magia negra y hasta los demonios. Esa es la razón por la que, cuando alguien visita a un brujo o bruja para que le ayude a obtener o recuperar el corazón de otra persona, siempre se realiza primero una consulta o registro con algún oráculo para averiguar si su deseo tiene buen nsila o camino, o si, por el contrario, no es posible cumplirlo ya que interfiere con el plan divino. Pero por lo general, a no ser que el ser amado o la persona que quiere conquistarla con brujería tenga marcado un destino muy complejo, que se entrecruce y repercuta en los destinos de mucha otra gente y que, por tanto, resulte imposible de alterar, Dios no suele oponerse a este tipo de ruegos y prácticas mágicas.
Además, en estos tiempos modernos en los que todos los tabúes van cayendo y hasta las religiones se vuelven cada vez más tolerantes con los pecados e infracciones de sus fieles, la hechicería ya no está prohibida ni tan mal vista socialmente como en el pasado y su práctica resulta terapéutica para millones de personas en todo el planeta que procesan pacíficamente sus emociones y sentimientos negativos -como la ira, los celos, la envidia, el rencor, la frustración y la depresión- provocados por las desgracias y sufrimientos de la vida; especialmente por los problemas de pareja y las cuitas de los corazones rotos; sin caer en la violencia doméstica, la venganza, los castigos arbitrarios, el acoso, las acusaciones y humillaciones públicas, las violaciones sexuales, el suicidio, el secuestro y demás crímenes pasionales.
Cuando una persona con mal de amores acude al brujo, no solo encuentra posibles soluciones mágicas a sus problemas, sino también consejos prácticos para gestionar las emociones negativas, sobreponerse a la depresión y superar cualquier crisis; así como un espacio seguro donde desahogarse de sus conflictos y evitar de ese modo acabar confinado en la cárcel o en un hospital psiquiátrico debido a un arrebato de ira o desesperación. En ese sentido, la magia resulta una terapia más eficaz que la psicológica, pues ofrece esperanza a corto plazo allí donde la medicina solo brinda consuelo y resignación.
La magia aplicada al amor, lejos de condenar el alma, le brinda una nueva oportunidad.
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